martes, 31 de agosto de 2010

Corta vida al rojigualda por LETICIA MENA

Ahora que somos campeones del mundo, porque todos, aunque lo hayamos visto desde el sofá, somos campeones, ahora me embarga una duda. ¿Hasta cuándo nos sentiremos tan españoles como el que más y luciremos las banderas en nuestros coches y balcones? ¿Hay algún día decretado para poder quitarlas sin que nadie se ofenda? ¿Y qué haremos con las camisetas, los pañuelos, las pinturas para la cara, las bufandas (ojo al dato que hay quien ha lucido alguna de lana en pleno julio), las corbatas o las bailarinas como las que lucieron los ministros Moratinos y González-Sinde el pasado lunes en la UIMP? Es una pena pero llegará un momento en el que pensaremos: «¡Qué pesado con la banderita! Todo rojigualda, todo rojigualda...». Y es que ganar el Mundial nos llena de orgullo y satisfacción, pero nos iremos apagando como lo hacen las estrellas en el firmamento. Es cuestión de tiempo que los pulpos vuelvan a ser simplemente pulpos. Ya lo dijo Marchena.


Y hablando de tiempo, he llegado a la conclusión de que la vuelta a las muñecas de los relojes ‘casio’ no me gusta nada. Sé que se llevan, que se han convertido en uno de los complementos ‘must’ de la temporada, que los dorados triunfan como Penélope en Hollywood, pero oye, que no me gustan. Los más fashionistas dicen que pegan con todo, y que si tiene calculadora te conviertes en la envidia del lugar. Pero son feos. Que nadie en su sano juicio me diga que son una ‘monada’ ni calificativos de ese pelo. Son feos. Otra cosa es que nos recuerden a nuestra infancia y que en un ‘Déjà vu’ volvamos a vernos jóvenes, pero de ahí a ir con un ‘casio’ por la vida me niego. Como a tener que vestirme de rojigualda para los restos. Es lo que tiene la moda. Está llena de desagradecidos.


No vale hablar de moda ni gastarse los cuartos en trapos si no cuidamos lo que más importa, nuestro cuerpo. Sé que no soy la persona más recomendable para hablar de esto porque he pisado un gimnasio dos veces en mi vida. La primera fue para hacer la matrícula, y la segunda para pedir que no me siguieran pasando el recibo porque, sencillamente, no iba nunca. No me vanaglorio de ello. Todo lo contrario. Lo necesito más que el comer, pero es superior a mis fuerzas. Pero una puede cambiar, y quizá algún día el espíritu de Eva Nasarre entre en mí como lo hacía en ‘Ghost’ Patrick Swayze con Whoopi Goldberg y me convierta en una amante empedernida del cycling y sus sucedáneos. Que así sea.

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